y hablándole al oído sobre el caso...;
su mirada volviéndose a las cortinas
y enrojeció su faz como el ocaso.
Sentándose en el lecho,
rodó por sus espaldas, desgreñada,
de sus negros cabellos la cascada;
en tanto que su pecho
hinchábase cual onda alborecente
y sus manos temblaban castamente.
Las ocultas consignas postrimeras
-libertando sus piernas de las ligas-
muy serias le dijeron sus amigas...
Mientras pasaba eso,
la blanca morbidez de sus caderas,
de la lámpara tenue ante el reflejo,
temblaba incitadora en un espejo,
propicia para el tacto y para el beso.
Llegó el momento de quedarse a solas.
Por su carne rosada y palpitante
corríale el rubor en tibias olas,
y su pecho cual nunca le latía.
Escuchóse la entrada del amante.
Tembló entonces, y haciendo que dormía,
meditó en las angustias del instante...
Él contempló su forma inmaculada.
Iluminó su faz un gesto malicioso.
Y el instante llegó.
Su mente en el pudor ya no pensó...
Lentamente en las sábanas se hunde...
La estancia en las tinieblas se refunde...
Siente ella el cuerpo acariciado y preso...
Febril resuena la explosión de un beso...
Un cuerpo con el otro se comprime...
La besa él, y con pasión le nombra...
Ella le abraza y con ternura gime;
hasta que raudamente entre la sombra
-cual eco virginal, ardiente y vivo-
se pierde un grito corto y convulsivo.
0 Comments:
Post a Comment