BREVE VISION DE LA LLUVIA - CARLOS CASTRO SAAVEDRA (COLOMBIANO)

Llueve sobre el campo verde.
Por entre música de agua
la mirada se me pierde.

Hay una brisa suspensa.
Bailan goteras desnudas
sobre una esmeralda inmensa.

El cristal de la llovizna
en el tronco de los árboles
carbonizado se tizna.

Frescas monedas del cielo
se meten por las ranuras
de la alcancía del suelo.

En la hierba humedecida
los grillos rayan un vidrio
de lluvia desvanecida.

Lluvia que bajas corriendo
a refrescar la mejilla
de la flor que está muriendo.

Lluvia que corres, bajando,
para humedecer a tiempo
la voz que se está quemando.

Lluvia que caes en la tierra
y que luego te levantas
en la miel que el fruto encierra.

Lluvia que caes en el alma
y amarras el corazón
con una cinta de calma:

Cuando te veo descender,
pienso que mi alma y el campo
por ti van a florecer.

LA ESTRELLA REMOTA - CÉSAR CASAS MEDINA (COLOMBIANO)

Pensar en ti. Solamente en ti.
A toda hora. A cada instante.
¡Jamás he podido
dejar que un minuto se vaya al olvido
sin pensar en ti!

Quererte. A ti solamente.
Quererte, anhelarte, esperarte.
¡Soñar con el aura fragante
de tus sederías...!
¡Concentrar el alma que vagaba errante,
en torno de tus elegancias y tus alegrías!

Quererte. ¡A ti solamente,
con desvío absoluto
de todo lo que hay en el mundo!
¡Quererte
con cariño inmenso, con amor profundo!

Buscar en tus ojos el alba
de esta noche eterna... Buscar en tus ojos
la estrella (tan lejos, tan lejos...)
que se hunda en el pozo
de mi vida oscura, y la alumbre,
y le borde en los bordes oscuros
un nimbo de vivos reflejos;
¡la estrella que duerme en tus ojos
tan grandes, tan lindos, tan puros;
la estrella que duerme en tus ojos,
tan lejos..., tan lejos!

Y pensar que todo
no es sino un gran sueño...;
un sueño imposible,
sombra de quimera, albor de esperanza,
rosas que la tarde sabe entristecer...;
¡pensarte, quererte,
buscar en tus ojos la vida,
y hallar en tus ojos la muerte!!

LA COSTURERITA QUE DIO AQUEL MAL PASO - EVARISTO CARRIEGO

La costurerita que dio aquel mal paso...
-y lo peor de todo, sin necesidad-,
con el sinvergüenza que no la hizo caso
después... -según dicen en la vecindad-,

se fue hace dos días. Ya no era posible
fingir por más tiempo. Daba compasión
verla aguantar esa maldad insufrible
de las compañeras, ¡tan sin corazón!

Aunque a nada llevan las conversaciones,
en el barrio corren mil suposiciones
y hasta en algo grave se llega a crecer.

¡Qué cara tenía la costurerita,
que ojos más extraños, esa tardecita
que dejó la casa para no volver!...

Idilio - Oscar Ponferrada (Mexicano)

En el aire, su boca pintaba corazones.
Reía, haciendo gárgaras con las mejores voces,
y cuando me veía se enrulaba de miedo,
tal como los sarmientos en el mes de la poda.

Empezó por temerme como un chiquillo al agua,
y acabó chapoteando sus caricias en ella...

Cuando yo era soldado del batallón del barrio
y me cupo la suerte de ser abanderado,
pasé frente a sus ojos relumbrando heroísmos
y se incendió su cara con el primer cariño.

Y una tarde que tengo filmada en mis recuerdos,
galopando alegrías, los caballos muy juntos,
nos fugamos de un punto para volver a él,
después de haberle dado muchas vueltas al "mundo".

Una ilusión: viajar.
Una emoción: amar.
Cosas de calestinas... ¡Quién pudiera otra vez
pagar veinte centavos
por la felicidad!

Llanto por Ignacio Sanchez Mejia (1935) - Federico García Lorca

                      1

LA COGIDA Y LA MUERTE

A las cinco de la tarde.
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida
a las cinco de la tarde.
Lo más era muerte y sólo muerte
a las cinco de la tarde.

El viento se llevó los algodones
a las cinco de la tarde.
Y el óxido sembró cristal y níquel
a las cinco de la tarde.
Ya luchan la paloma y el leopardo
a las cinco de la tarde,
y un muslo con un asta desalada
a las cinco de la tarde.
Comenzaron los sones de bordón
a las cinco de la tarde.
Las campanas de arsénico y el humo
a las cinco de la tarde.
En las esquinas grupos de silencio
a las cinco de la tarde.
¡Y el toro solo corazón arriba!
a las cinco de la tarde.
Cuando el sudor de nieve fue llegando
a las cinco de la tarde,
la muerte puso huevos en la herida
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
A las cinco en punto de la tarde.

Un ataúd con ruedas es la cama
a las cinco de la tarde.
Huesos y flautas suenan en su oído
a las cinco de la tarde.
El toro ya mugía por su frente
a las cinco de la tarde.
El cuarto se irisaba de agonía
a las cinco de la tarde.
A lo lejos ya viene la gangrena
a las cinco de la tarde.
Trompa de lirio por las verdes ingles
a las cinco de la tarde.
Las heridas quemaban como soles
a las cinco de la tarde,
y el gentío rompía las ventanas
a las cinco de la tarde,
¡Ay, que terribles cinco de la tarde!
¡Eran las cinco en todos los relojes!
¡Eran las cinco en sombra de la tarde!

                      2

LA SANGRE DERRAMADA

¡Que no quiero verla!

Dile a la luna que venga,
que no quiero ver la sangre
de Ignacio sobre la arena.

¡Que no quiero verla!

La luna de par en par.
Caballo de nubes quietas,
y la plaza gris del sueño
con sauces en las barreras.
¡Que no quiero verla!
Que mi recuerdo se quema.
¡Avisad a los jazmines
con su blancura pequeña!

¡Que no quiero verla!

La vaca del viejo mundo
pasaba su triste lengua
sobre su hocico de sangres
derramadas en la arena,
y los toros de Guisando,
casi muerte y casi piedra,
mugieron como dos siglos
hartos de pisar la tierra.
No.
¡Que no quiero verla!

Por las gradas sube Ignacio
con toda su muerte a cuestas.
Buscaba el amanecer,
y el amanecer no era.
Busca su perfil seguro,
y el sueño lo desorienta.
Buscaba su hermoso cuerpo
y encontró su sangre abierta.
¡No me digáis que la vea!
No quiero sentir el chorro
cada vez con menos fuerza;
ese chorro que ilumina
los tejidos y se vuelca
sobre la pana y el cuero
de muchedumbre sedienta.
¡Quién me grita que me asome!
¡No me digáis que la vea!
No se cerraron sus ojos
cuando vio los cuernos cerca,
pero las madres terribles
levantaron la cabeza.
Y a través de las ganaderías,
hubo un aire de voces secretas
que gritaban a toros celestes
mayorales de pálida niebla.
No hubo príncipe en Sevilla
que comparársele pueda,
ni espada como su espada
ni corazón tan de veras.
Como un río de leones
su maravillosa fuerza,
y como un torso de mármol
su dibujada prudencia.
Aire de Roma andaluza
le doraba la cabeza
donde su risa era un nardo
de sal y de inteligencia.
¡Qué gran torero en la plaza!
¡Qué buen serrano en la sierra!
¡Qué blando con las espigas!
¡Qué duro con las espuelas!
¡Qué tierno con el rocío!
¡Qué deslumbrante en la feria!
¡Qué tremendo con las últimas
banderillas de tiniebla!

Pero ya duerme sin fin.
Ya los musgos y la hierba
abren con dedos seguros
la flor de su calavera.
Y su sangre ya viene cantando:
cantando por marismas y praderas,
resbalando por cuernos ateridos,
vacilando sin alma por la niebla,
tropezando con miles de pezuñas
como una larga, oscura, triste lengua,
para formar un charco de agonía
junto al Guadalquivir de las estrellas.

¡Oh blanco muro de España!
¡Oh nebro toro de pena!
¡Oh sangre dura de Ignacio!
¡Oh ruiseñor de sus venas!
No.
¡Que no quiero verla!
Que no hay cáliz que la contenga,
que no hay golondrinas que se la beban
no hay escarcha de luz que la enfríe,
no hay canto ni diluvio de azucenas,
no hay cristal que la cubra de plata.
No.
¡¡Yo no quiero verla!!

                     4

ALMA AUSENTE

No te conoce el toro ni la higuera,
ni caballos ni hormigas de tu casa.
No te conoce el niño ni la tarde
porque te has muerto para siempre.

No te conoce el lomo de la piedra,
ni el raso negro donde te destrozas.
No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.

El otroño vendrá con caracolas,
uva de niebla y montes agrupados,
pero nadie querrá mirar tus ojos
porque te has muerto para siempre.

Porque te has muerto para siempre,
como todos los muertos de la Tierra,
como todos los muertos que se olvidan
en un montón de perros apagados.

No te conoce nadie. No. Pero yo te canto.
Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.
La madurez insigne de tu conocimiento.
Tu apetencia de muerte y el gusto de su boca.
La tristeza que tuvo su valiente alegría.

Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un andaluz tan claro, tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos.

... Y apareció el amor - Heli Colombani

La almohada se suda de trasnocho
y encanece el cabello
adormecido.
Mil luces van cegando la retina
y el humo
es un puñal
que cae sobre la yema de los dedos
y vuelve gris la punta del cigarro.

Afuera se oye el ruido
de las puertas
que doblan su cerrojo
apresuradas.
Los pasos no son pasos
cuando calzan las horas de penumbra.
La lluvia hace que el techo
se reduzca
para esquivar las gotas,
y un hombre
aquí inclinado,
mantenida la frente con las manos,
sostenidos los codos con las piernas,
soportados los hombros
con el arco que tiende a las rodillas,
mientras clava afilada efervescencia
en la frágil ceniza enronquecida,
piensa
que desde que el amor tiene sus labios
en sincera su voz,
y preciso su paso,
y mejor y más ancho su camino,
de más sentido la lucha
que realiza y reclama,
con mayores razones las palabras,
reducido el dolor
que produce la espera,
la actitud más humana.
Por eso en la noche
(un recuerdo en la frente
y en la frente en las manos)
nuevo valor adquiere
este pequeño espacio,
y más calor de humanidad
emerge de los poros
de la sábana.
Un hombre, aquí inclinado,
no dejará que el odio
aletee los párpados.
Ya apareció el amor.
Ya está salvado.

Ante la tumba de Barrios - Ismael Cerna (Guatemalteco)

No vengo a tu sepulcro a escarnecerte,
no llega mi palabra vengadora
ni a la viuda, ni al huérfano que llora
ni a los fríos despojos de la muerte.

Ya no puedes herir ni defenderte,
ya tu saña pasó, pasó tu hora;
solamente la historia tiene ahora
derecho a condenarte o absolverte.

Yo que de tu implacable tiranía
una víctima fui, yo que en mi encono
quisiera maldecirte todavía.

No olvido que en un instante en tu abandono
quisiste engrandecer la Patria mía,
¡y en nombre de esa Patria te perdono...!

Mi madre - Manuel M. Flores

¡Oh, santa madre mía!
Aún puedo al despertar por las mañanas
santificar mi trabajoso día
con mi beso primer sobre tus canas;
aún puedo con el alma cariñosa
sentir cómo resbala temblorosa
la mano en mis cabellos,
acaso por secar, madre piadosa,
la humedad de tus lágrimas en ellos.

Porque tú lo comprendes, tú lo sabes,
aunque no te lo diga, madre mía:
no soy feliz..., padezco. Hay en mi alma
el callado sufrir de la agonía.

Tú lo sabes, lo sabes, y por eso,
presintiendo de mi alma las congojas,
al estampar sobre mi frente un beso,
sin quererlo, con lágrimas lo mojas.

¿Qué fuera yo sin ti? ¿Dónde encontrara
mi triste vida cariñoso abrigo?
¿Quién con mis breves júbilos gozara?
¿Quién me buscara por sufrir conmigo?

¿Quién me diera valor? ¿Quién me alentara
en esta lucha eterna con la suerte?
¿Quién sino la evangélica matrona
a quien llamó Jesús la mujer fuerte?

¿Qué religiosa voz, de mi conciencia
huir hiciera la impiedad bastarda?
¿En dónde viera yo sin ti tu presencia
al ángel cariñoso de mi guarda?

Madre, tú eres la fe. Cuando en el templo,
mujer de los dolores, solitaria
levantas tu oración, es el querube
quien recoge tus lágrimas y sube
con ellas, al Eterno, tu plegaria.

Y es ella, tu oración, tu fe sublime,
tu fe de madre que el Señor bendijo,
la que, bañada en lágrimas, redime
y purifica el corazón de tu hijo.

Tú eres piedad y dulce fortaleza,
como el ángel que al Hijo sostenía;
tú levantas el polvo mi cabeza
y también me sostienes, madre mía,
cuando apuro en mis horas de tristeza
mi desbordado cáliz de agonía;
cuando siento que, herido de la suerte,
mi espíritu está triste hasta la muerte.

Tu voz cristiana, fervorosa y santa,
que habla con Dios y a la oración invita,
del santuario de tu alma se levanta
inspirada, dulcísima y bendita...

Quizá la duda con su noche impía
mi fatigado pensamiento puebla;
pero hablas..., y se va como la niebla
ante la clara suavidad del día.

Tú eres, madre, la copa del consuelo
con que la fiebre del pesar se calma,
y brilla como el iris en el cielo
tras de deshecha tempestad del alma.
Madre, tú eres amor, amor bendito.
Amor siempre inmortal, amor sin nombre,
el único en que encuentra un infinito
el insaciable corazón del hombre.

Siempre tú, sólo tú... Si me arrancara
este mi corazón que siento grande
porque tú estás en él, y lo arrojara
al viento en mil pedazos,
en cada uno grabada se encontrara
la imagen de mi madre entre mis brazos...
¡Siempre tú, no más tú! ¡Qué en mi existencia
sólo tú eres bondad, bien y consuelo;
sombra de ángel al mundo descendida,
pero nunca de mi alma desprendida,
fe de creencia, luz de mis ideas,
mi ser, mi amor, mi adoración, mi vida,
madre, imagen de Dios, bendita seas!

Serrana - Arsenio Cavilla Sinclair

Sí; supe hoy que jamás me has querío;
qu'el fierro 'e tus mañas
me puso en la frente la marca 'e marío...,
pa' usarme 'e pantaya.

Sé también de qu'en yerna de amores
pialaba tu honra un juerte serrano,
y que po' eso en la falda 'e "Los Moyes"...
descansa tu hermano.

Y qu'en l'abra del monte 'e los seibos
duermen dos varones,
con quienes jugaste al juego 'e los selos...
con cartas falderas, que jueron facones.

Y entuavía pa' ráirte a mi gasto,
me pedís, ¡mal hembra!,
que te truja del serro mas alto
las flores más blancas, más lindas que tenga.

¿Y desís que tu antojo es pavada
pa' un hombre sin miedo?
Asertastes; me suebran agayas,
y en ves 'e las flores..., ¡mi daga te priendo!

Tu secreto - Evaristo Carriego

¡De todo te olvidas! Anoche dejaste
aquí sobre el piano, que ya jamás tocas,
un poco de tu alma de muchacha enferma:
un libro, vedado, de tiernas memorias.

Intimas memorias. Yo lo abrí al descuido,
y supe, sonriendo, tu pena más honda,
el dulce secreto que no diré a nadie:
a nadie interesa saber que me nombras.

...Ven, llévate el libro, distraída, llena
de luz y de ensueño. Romántica loca...
¡Dejar tus amores ahí, sobre el piano!
...¡De todo te olvidas, cabeza de novia!

Los hijos - José Luis Hidalgo (Español)

Yo quisiera morir cuando ya tenga
mi sangre en otras sangres derramada
y ya en mi corazón sea semilla
que florezca su flor en otra rama.

Porque entonces, Señor, mi tronco seco
sin la savia de Ti, se irá a la nada,
seguirán por tu luz alimentadas
por las ramas más altas de mi vida.

Y pasarán los años; mi madera
sobre el suelo caerá por Ti talada
y en su carne, ya tierra para siempre,
crecerán las raíces de sus ramas.

Así podré tenerte, con mis hijos
podré llegar a Ti; por sus palabras,
podré llorar de Ti, podré soñarte
buscando en el futuro tus entrañas.

Pero si no es así, si en mí se ciegan
los ríos de la sangre que te cantan,
jamás te encontraré, porque los muertos
están muertos y mueren y se acaban.

La morena - Abilio Guerra Junqueiro (Portugués)

Yo ya sé, no niegues,
que tú tienes pena
de que las rapazas
te llamen morena.

Yo no... Pero, en fin,
¿qué te importo yo,
ni que las morenas
me gusten o no?

Mira las violas,
tan negras corolas
y oliendo tan bien.
Pues ve lo que fuera
si Dios las hiciera
morenas también.

Niña, hay rosas dobles
y las hay sencillas,
las hay encarnadas,
las hay amarillas,
color de azucena,
quebrada color;
empero, morena
no hay más que una flor.

Morenas han sido,
y estaban muy bien,
las mozas más lindas
de Jerusalén.

La Virgen María,
no sé, mas sería
morena también.
Moreno era Cristo;
ya ves por qué insisto,
porque no quisiera,
moza, que te diera
tantísima pena
de que las rapazas
te llamen morena.

Corazón, te haces viejo... - J. Guardiola (Español)

Corazón, te haces viejo y es preciso que sanes
de las bellas locuras de otros tiempos mejores.
Has pasado la vida en amables quimeras,
consumido en el ansia de un amor puro y fiel,
fueron en ti los otros verduras de las eras.

Te has dado sin reservas, humano y generoso,
mas el amigo, en cambio, te ha vendido, traidor.
Repón tus descalabros y cura tus heridas,
de las que no ha cesado la sangre de manar,
y de esas ilusiones que guardas escondidas
en la vida te vuelvas, corazón, a acordar.

Mas ¿por qué, corazón, tu latido aceleras?...,
¿acaso esa que pasa... es tal vez la que esperas?
¡Ah!, corazón iluso, tu destino es sufrir,
y aunque por males, viejo, por ilusiones, niño,
nunca has de ver saciadas tus ansias de cariño
sino únicamente al cesar de latir.

Una fantasía contenta con amor decente - Sor Juana Inés de la Cruz

Detente, sombra de mi amor esquivo,
imagen del hechizo que más quiero,
bella ilusión por quien alegre muero,
dulce ficción por quien penosa vivo.

Si al imán de tus gracias atractivo
sirve mi pecho de obediente acero,
¿para qué me enamoras lisonjero,
si has de burlarme luego fugitivo?

Mas blasonar no puedes, satisfecho
de que triunfa de mí tu tiranía;
que aunque dejas burlado el lazo estrecho

que tu sombra fantástica ceñía,
poco importa burlar lazos y pecho
si te labra prisión mi fantasía.

La balada del humo - Ángel Corao (Venezolana)

El amor sólo es una pipa de opio. Fumo,
fumo mi pipa y sueño.
Como mi pensamiento, una espiral de humo
va tejiendo el fantástico diseño
de lo que, cuando fumo,
sueño.

Embriagado de amor no sé hasta cuándo
se prolongue el ensueño voluptuoso en que vivo.
Deja que me recline sobre tu seno blando.
Sobre tu seno evoco, pensativo,
todo lo que soñando
vivo.

Envuelto en la penumbra que horada el braserillo,
entorno las pupilas nostálgicas de sueño.
La llama tiene a veces alucinante brillo,
una voluta alarga su diseño
y, junto al braserillo,
sueño.

Sueño. Tu imagen estremece
mis nervios laxos. Tiene los caprichos del humo
tu forma, esa divina forma que me enloquece;
pero, cuando más cerca te presume,
te alejas de mi alma y al fin se desvanece
tu visión, como el humo.